Este no es un
post sobre mi marido. Ya creían, no?
Cuando llegamos
al pueblo recibimos una casa donde vivir. No es una típica casa de Malawi. Se
nota que los encargados han hecho un esfuerzo en acomodarla a estándares superiores
a los normales. La casa está rodeada de un jardín, hay algunos árboles frutales
y está completamente cercada con carrizo. No está muy bien protegida, pero por aquí
no hay nada más que eso.
Junto con la casa
recibimos dos perros guardianes. En realidad eran tres pero mi previsor marido
transfirió al más travieso porque me conoce muy bien. No estoy acostumbrada a
las mascotas. En mi vida solo tuve un perrito miniatura y mi hermana tuvo un hámster.
Los perros grandes me ponen nerviosa y si encima saltan y ladran, me quiero ir
corriendo.
Yo acepté a los
perros pensando en la seguridad. Este pueblo no es peligroso y la gente es
siempre muy muy amable, pero es bueno tomar previsiones, así que decidí
tragarme mis miedos. La de tamaño mediano
se llama Joy y ha resultado tener una gran personalidad. Es juguetona e
inteligente. El grande se llama Calle. Tiene la personalidad de Gigantón, ése
de los pitufos. A pesar de su gran tamaño es tontín tontín. Joy siempre le quita la comida y cuando les
damos galletitas tenemos que cuidar que los dos coman pues Joy siempre está al
acecho. Una vez le dimos medio chorizo a cada uno. Joy se lo pasó como si fuera
pastillita mientras Calle se demoró diez minutos en asegurarse que el pedazo de
chorizo era comestible. Joy tiene una enfermedad
de la piel a la cual estamos tratando de combatir. Mi marido le estuvo
inyectando un medicamento semanalmente y como premio le daba una galletita. A
la segunda semana Calle también quería la inyección. Lo curioso es que creo que
le atraía más la aguja que la galleta.
Tener mascotas es
divertido. Lo que nosotros no sabíamos es que íbamos a tener muchas más
mascotas que los dos perros. La primera noche que pasamos en esta casa nos
pusimos a ver una peli. Yo estaba sentada y al fondo se veía el pasillo que
comunica el living con los dormitorios y los baños. En el medio de la peli, yo
noto que algo se mueve cerca de la puerta del baño. Me fijo bien y era un ratón.
El animalito salía del baño y quería entrar a la cocina. Obviamente hubo muchos
gritos, todos provenientes de mí. Al fin
espantamos al ratón para que se vaya de la casa, pero donde hay uno siempre hay
más. La casa alojaba a una familia entera de ratones, desde los abuelos, los
padres, los hijos, los nietos y los bebes. Me costó mucho deshacerme de ellos.
Incluso los perros colaboraron con la tarea. Después de aturdir a uno y sacarlo
a la terraza Joy se lo llevó en el hocico. No quiero imaginar que pasó después.
El último en morir con veneno se fue a la tumba con el dulce sabor de la
venganza. Vino a morir debajo de mi cama, justo en mi lado, y lo descubrí al día
siguiente cuando el olor lo delató. Para asegurarme que no vuelvan he mandado
traer desde Noruega unos aparatos que emiten ondas de sonido que hacen
imposible que los ratones se alojen nuevamente en la casa. Hasta ahora parece
que es un éxito!
La gente que
vivió antes de nosotros en esta casa tenía prioridades distintas. La limpieza
no estaba en su top ten. La cocina era
una habitación lúgubre, los focos no funcionaban y solo había una lámpara alumbrando
un rincón. La comida estaba en paquetes abiertos, las ollas y cubiertos tirados
por cualquier lado. Me contaron que todo lo utilizado en la cena se quedaba en
el lavadero esperando a que la señora que ayuda con la limpieza llegue al día
siguiente. Y en ese ambiente alguien que todos conocemos hizo su Shangrila.
Estoy hablando de nuestra odiosa amiga la cucaracha. Si los ratones tenían a
toda su familia instalada, las cucarachas tenían todo un barrio. He tenido que hacer
una revolución para desterrarlas. Incluso he tenido que cambiar pisos, paredes
y muebles. Todos pensaban que era una guerra perdida pero, después de seis
meses, puedo decir que si llega una
cucaracha a esta casa, no va a encontrar un buffet del que servirse a su gusto.
La foto que sigue muestra la superficie de la mesa que encontramos en el
comedor. No se podía poner un vaso sobre ella sin que se voltee y todas esas
cavidades eran condominios residenciales de cucarachas.
El día siguiente a
mi llegada, cuando todavía estaba pensando cómo solucionar la crisis de los
ratones, me siento a tomar un vaso de
agua en el living cuando escucho un chillido. Pero el ruido no venía de algún rincón,
venía del techo! Esta casa tiene un tejado (hay temporada de lluvia) de metal
exterior y unas placas de madera/yeso en el interior. Entre tejado y placa tenemos
Transilvania, un criadero de murciélagos. Los bichos han tomado posesión del
lugar y son inamovibles. Hay días tranquilos cuando casi me olvido que están ahí,
pero supongo que también tienen sus días difíciles porque se escuchan peleas y arañazos.
Lo peor es cuando vemos alguna película de acción en la casa. Si hay una bomba,
los murciélagos gritan a lo loco. Y de vez en cuando algún murciélago dormilón
relaja mucho la patita y se cae contra la placa de yeso, dándome un susto de
muerte.
Siempre sospeché
que tenía miedo a las lagartijas. En Lima no hay (al menos no donde yo vivía) y
en Noruega tampoco. De ese miedo irracional, si es que en algún momento lo
tuve, supongo que me curé a puro tratamiento de choque. Calculo que en los
peores días hemos tenido como 100 lagartijas dentro de la casa. En estos días es
menos, creo que es porque estamos en la época fría. No puedo luchar mucho con
ellas, si son bebes me dan risa, si son pequeñas me parecen muy insignificantes
para molestarlas, si son medianas me da cosa tocarlas con la escoba porque
pienso que las puedo matar en el acto (y sería peor limpiar tripa de
lagartija!). Sólo a las muy grandes las persigo y trato de botarlas de la casa,
aunque a veces hasta ellas tienen la capacidad de desaparecer como Houdini.
Hasta hace poco tenía una en el techo del baño. Se llamaba “Perv”. Solo salía de
su escondite cuando yo me bañaba.
Un día salí a la
terraza a recoger ropa tendida al sol. Descuelgo una camiseta y siento que me
cae algo en la cabeza. “Eso” rebotó en el piso y luego dio un salto hacia la baranda.
Era un sapazo! Y no es el único. Hace poco fui al bano y cuando jalo la palanca
vi que un sapo luchaba por quedarse fuera del agua. Di un grito de película de
terror y mi marido vino corriendo. Cuando le dije lo que estaba pasando, él me
respondió: Ahhh, olvidé decirte que ese sapito esta viviendo allí…
Afuera, en el jardín,
hay muchas más criaturas haciendo su vida. Algunas son realmente
espectaculares!
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