Lo conoció una noche de agosto, era el cumpleaños de su primo, su mejor amigo. El tenía 24 años y ella solo 16, él era un chico flaquito, muy blanco, algo narizón, con los ojos chiquitos y los lentes muy grandes. Esa noche solo intercambiaron un par de palabras, él estaba demasiado interesado en la prima de ella como para hacerle caso. Pasó un mes y en otro cumpleaños familiar se volvieron a encontrar. La peque era una chica atrevida, no era la santa que sus papás y demás creían, ella pensaba que era una completa bandida, pero ahora al mirar atrás se da cuenta que solo era una chica traviesa, una niña demasiado apurada por crecer. En ese cumpleaños ella lo besó y él le correspondió. Después de una semana él consiguió su número de teléfono, ella no se lo había dado por lo que se preguntó quién fue, fue su primo pensó, pero luego descubrió que él había llamado a medio barrio antes de dar con ella. Comenzaron a salir, él pasaba por su universidad, ella lo visitaba en su trabajo, salían algunos fines de semana al cine, otros simplemente a pasear al parque. Luego de un año ella lo llevó a su casa, sus papás lo conocieron, lo criticaron y luego lo aceptaron. El ya no era el estudiante que contaba monedas para invitarla al cine, ahora era el chico con brillante futuro, graduado de una carrera muy exigente, con un trabajo venturoso. Los años pasaron rápidamente, ella terminó la universidad, él se ubicó en un mejor trabajo, a la mirada de todos eran una pareja perfecta, pero la peque sabía que faltaba mucho para considerarse de esa manera. A ella le faltaba algo que él no le daba, le faltaba emoción, le faltaban las mariposas en el estomago, le faltaba ese golpe que se siente en el fondo del pecho cuando sabes que viene a visitarte, le faltaba amor, pero ella no quería admitirlo. Siete años pasaron y ninguno de los dos fue suficientemente valiente para plantearse una separación, aun cuando ya hacía mucho tiempo que se habían ausentado las palabras de amor y las ganas de estar cerca del otro. Nada era como antes, nada era como nunca. Un buen día, fueron a ver muebles con algunos familiares, todos tenían una opinión acerca de qué muebles deberían comprar para el futuro hogar, la peque se sentía mal, ese día no había comido, pero él no se inmutó, siguió paseando a pesar de las constantes quejas de ella, la peque no sabe hasta hoy si el dolor era por el hambre o por la angustia de ver planificada su vida con un hombre que no amaba, ella se quejó nuevamente, tengo hambre dijo, vamos a un restaurante sugirió, pero él siguió paseando, y paseó por 3 horas mas. Al terminar la exposición de muebles, la peque supo que era el momento del adiós, era evidente que él no la quería, a la peque le dolió mucho esto pero no era una pena de amor, era la pena de perder una persona que era parte de su vida. El la acompañó hasta su casa, se despidieron en la puerta, la peque le dijo “adiós”, él le dijo “adiós”. Esa fue la última vez que ellos se vieron, se conocían tan bien que no hizo falta nada mas.
21 nov 2006
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